A mis cincuenta y pico

A mis cincuenta y pico me queda
la duda de si envejecí o fermenté.
El cuerpo protesta con huelga de piernas,
pero la mente... aún fuma de pie.

Me pesan los párpados, sí, pero miro
como mira un gato al invierno.
Las canas aprendieron su oficio
y el deseo ya cobra en silencio.

Ya no juego a ser joven perdido,
ahora pierdo con más elegancia.

A mis cincuenta y pico me queda
un reloj sin horario preciso,
la rutina bailando conmigo
y un silbido que engaña al abismo.

Los chavales me tratan de usted,
las chicas me guiñan por pena,
piensan: “qué majo el pureta”,
sin saber lo que aún me envenena.

He cambiado el vértigo urgente
por el arte de llegar tarde.

A mis cincuenta y pico me queda
la costumbre de ir contracorriente,
la pereza de ser prudente
y el gusto por lo incoherente.

No hay redención ni milagro,
solo ganas de seguir brindando.

A mis cincuenta y pico me queda
la risa que espanta derrotas.
Ya no vuelo, pero silbo alto
mientras la vida pasa en nota rota.

A mis cincuenta y pico me queda
el truco de silbarle al miedo
y que suene... como un tango lento.

A mis cincuenta y pico me queda
el aire justo pa’ un último verso,
y mientras el mundo bosteza su cena
yo sigo silbando... por puro exceso.

A mis cincuenta y pico me queda
la fe de un cínico honesto
que envejece despacio y a ritmo
con el humo... y el saxo de fondo.